La unidad de nuestra Orden nace de su misión de evangelización: los laicos, hermanas y frailes de la Orden somos miembros de una misma familia que recibe su identidad del hecho de ser enviada a predicar el Evangelio, dando testimonio de un Dios que viene a dialogar con el mundo. Más aún, podríamos decir que la identidad «dominicana» es la de una familia constituida por el vínculo entre evangelización y contemplación de aquella verdad que es la Palabra viva que vino a este mundo.

 

“La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,3). Y con ello, ¿Qué se espera; cuál es la misión del laico dominico en el siglo XXI? La clave radica en vivir el carisma fundacional desde nuestro estado de vida laical. Nuestra Iglesia está viviendo un momento trascendental en su historia, bajo la guía de nuestro papa Francisco, quien reconoce que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio. Por ello, estamos llamados a ser “punta de lanza” de esa misión evangelizadora a la que somos llamados, para transformar nuestro entorno de día a día, nuestra realidad humana, predicando, sobre todo mediante nuestras obras, la Verdad del Amor de Dios encarnado “que es la Palabra viva que vino a este mundo”, y es la única capaz de convertir los corazones.

 

Somos hombres y mujeres, laicos, que después de conocer la vida, obra y espiritualidad de santo Domingo de Guzmán, nos hemos sentido movidos por el Espíritu Santo a vivir su carisma y nos incorporamos a la Orden de Predicadores mediante un compromiso especial que vivimos en las tres modalidades de la oración, el estudio y la fraternidad, que se sintetizan en la contemplación y la evangelización.

 

La entrega a la evangelización total de la Palabra de Dios, incluye, no solo nuestros lugares de trabajo, comunidades y organizaciones sociales y cívicas, sino también las nuevas fronteras virtuales que representan las redes sociales y los medios electrónicos de comunicación. Como podemos apreciar, el laico dominico de nuestra era no dista mucho de aquellos primeros laicos que se unieron a Domingo de Guzmán hace 800 años. El entorno político, social, económico y religioso en que vivimos y actuamos clama a gritos por una transformación que solo puede surgir de un cambio en los corazones de los hombres. Y ese cambio solo es posible mediante una evangelización efectiva. La diferencia, y la ventaja, radican en las nuevas herramientas a nuestro alcance.

 

Héctor L. Márquez, O.P., Laico Dominico de la Orden de Predicadores